¿Cómo vivir sin el “high” del amor? [Gloria Steinem] Nos cuenta el caso de varias mujeres que no sabían estar solas y que si no tenían a un déspota al lado a quien servir, si no vivían el dolor del amor, se deprimían. Aparecen en su relato mujeres que enfrentan el problema y consiguen diferenciar el romance del verdadero amor. Mujeres que consiguen disfrutar su hogar conversando con el gato. Mujeres que comienzan a apreciar el valor de otras cosas de la vida, quizá no tan brillantes, ni tan fogosas como el maltrato de un hombre genial; el valor de otro tipo de hombres, algo más aburridos, más formales, no tan misteriosos ni tan discontinuos, ni tan aventureros, ni tan egoístas, ni tan especiales, pero más gentiles, cariñosos y estables. Estas mujeres sabrán apreciar el dulce y tibio elixir del aburrimiento.
“La Empresa de Vivir”, Tomás Abraham
Es verdad, no se puede tenerlo todo. ¿Pero por qué será que los hombres aventureros, especiales y fogosos son a la vez déspotas, egoístas, inconstantes? ¿Es condición sine qua non de la naturaleza masculina? ¿Por qué han de ser menos misteriosos o menos singulares aquéllos que son gentiles y cariñosos? ¿La dicotomía se cumple siempre y a rajatabla? ¿Hay sólo chicos malos o buenudos? ¿Es que lo viril está necesariamente asociado a la ausencia emocional? ¿Las (supuestas) formas de amar masculina y femenina están tan profundamente arraigadas?¿Son así por naturaleza? ¿Por qué aún después de décadas de avances y conquistas en la esfera pública el deseo es tan reaccionario?
Nos encontramos ante un desorden de las pautas del cortejo.
En algunos casos, la estrategia para superar la amenaza de soledad es una especie de reciclado de la subordinación de género acotada al ámbito privado. Así como algunas jóvenes disimulan sus credenciales universitarias a la hora de seducir, al elegir pareja impostan una dependencia que no existe de modo efectivo; y aceptan varones con menores atributos fálicos de lo que sus aspiraciones demandan. He planteado que las relaciones tradicionales entre los géneros pueden modificarse con mayor facilidad en el ámbito público y que, por el contrario, es en el terreno de la intimidad amorosa, de la constitución del deseo, donde el nexo entre erotismo y dominación resulta más resistente al cambio. Esto se expresa en lo que comúnmente se denomina “una cierta necesidad de admiración hacia el varón”, que sustenta el deseo femenino. Pero admirar no es tarea fácil para mujeres que han obtenido considerables logros personales y que encuentran varones severamente fragilizados.
Es verdad, no se puede tenerlo todo. ¿Pero por qué será que los hombres aventureros, especiales y fogosos son a la vez déspotas, egoístas, inconstantes? ¿Es condición sine qua non de la naturaleza masculina? ¿Por qué han de ser menos misteriosos o menos singulares aquéllos que son gentiles y cariñosos? ¿La dicotomía se cumple siempre y a rajatabla? ¿Hay sólo chicos malos o buenudos? ¿Es que lo viril está necesariamente asociado a la ausencia emocional? ¿Las (supuestas) formas de amar masculina y femenina están tan profundamente arraigadas?¿Son así por naturaleza? ¿Por qué aún después de décadas de avances y conquistas en la esfera pública el deseo es tan reaccionario?
Nos encontramos ante un desorden de las pautas del cortejo.
En algunos casos, la estrategia para superar la amenaza de soledad es una especie de reciclado de la subordinación de género acotada al ámbito privado. Así como algunas jóvenes disimulan sus credenciales universitarias a la hora de seducir, al elegir pareja impostan una dependencia que no existe de modo efectivo; y aceptan varones con menores atributos fálicos de lo que sus aspiraciones demandan. He planteado que las relaciones tradicionales entre los géneros pueden modificarse con mayor facilidad en el ámbito público y que, por el contrario, es en el terreno de la intimidad amorosa, de la constitución del deseo, donde el nexo entre erotismo y dominación resulta más resistente al cambio. Esto se expresa en lo que comúnmente se denomina “una cierta necesidad de admiración hacia el varón”, que sustenta el deseo femenino. Pero admirar no es tarea fácil para mujeres que han obtenido considerables logros personales y que encuentran varones severamente fragilizados.
Al final del largo camino (muchachas), ¿nos damos de bruces con la biología? ¿Nos equivocamos? ¿Avanzar en un terreno es resignarse en otro? ¿Queremos volver atrás? ¿Cómo seguir desde aquí? ¿Cómo conducirse? Tantas, tantas preguntas.