junio 17, 2008

Barvaro


Viniendo de una familia con un abuelo violinista, una prima pianista, y una media hermana que tocaba el bongó en los subtes de Montreal, he sido criada en la creencia de que la vocación musical acarrea todo tipo de calamidades y desgracias. Resultado: todos los músicos que conozco me parecen a) simplones, b) desnutridos y, c) mugrientos.

¿Se acuerdan del Sr. Barvaro? Bueno, Barvaro era músico. Yo había terminado por darle mi dirección de email por una razón, digamos, literaria: me dijo que tocaba la mandolina. No pude resistirme. Cuando alguien me preguntara "qué hace el chico con el que salís?", yo iba a poder decir "Toca la mandolina" así, tan fresca. Yo soy de esas personas que van por la vida buscando situaciones sitcomizables. Así impliquen salir con un músico. Por supuesto, nadie sabe qué cuernos es una mandolina, pero como todos los italianismos - spaghetti, festichola, cicciolina, calzone, ray's pizza- suena a comedia slapstick.

Y salimos un día. Quedamos en encontrarnos a la salida de mi película del BAFICI.

- Qué es el BAFICI?

Llámenme prejuiciosa y sectaria, pero, ¿qué, no lee el diario?

- Bueno, ¿dónde te encuentro?
- A la salida de los cines, en el Abasto.
- Por Corrientes?

Llámenme fanática de la guía Filcar, pero ¿qué, nunca fue al cine? ¿Nunca pasó por Corrientes y vio que ahí no era?
Yo tenía razón, los músicos son a), b), c) y ahora también: d) viven en una funda de cello. Herméticamente sellada.
Así que me fui al cine.

Cuando yo era mucho más pobre, aún más pobre que ahora y era felíz trabajando para la pequeño-burguesía -no como ahora que me dejo explotar por los grandes capitales transnacionales- vivía en el Abasto. Ahora que soy una suertuda bárbara y cambié de barrio, voy por el Abasto como quien va a La Boca. A empaparme de color local, che. Iba a suceder, más tarde o más temprano. Uno de los piringundines de comida peruana que hasta hace no mucho atronaban con música del altiplano (el altiplano ¿se termina en Bolivia o llega hasta Perú? Como sea), y en cuyas paredes colgaban guirnaldas de plástico, de esas de cumpleaños infantiles; de esos lugares que anunciaban los platos pintando los nombres en las ventanas con colores estridentes, uno de esos piringundines, ahora es uno de esos lugares con sillones blancos y manteles largos que -como quien se casa bien- se ha apodado a si mismo "restaurant étnico". Tenemos que detener la Palermización. Se los ruego. Hoy es el campo, mañana me cortan Córdoba y no dejan salir cómida árabe a ningún barrio colindante. Me la juego, en cualquier momento el Abasto pasará a llamarse Palermo Guantanamera o algo por el estilo. Es más, veo venir muchas más ideas al galope, subidas al caballo inmobiliario (¿burro?): se me ocurre que el Once será algo así como Palermo Noiva Deli; Puerto Madero, Palermo Atlantic City; La Paternal, Palermo Detroit; Almagro, Palermo Cheap; Belgrano, Palermo Miami. Es más, pronto toda la Capital Federal pasará a llamarse Palermo y enrejaremos la General Paz, que es lo que siempre hemos soñado todos los que estamos con el campo. Ah, y a Palermo le ponemos Williamsburg, que parece que es lo último de lo último.

Decía, entonces, que me fui al cine. Me encanta el BAFICI. Para cuando termina, estoy tan empachada de esteticas alternativas, de formas de (no) narración experimentales, de temáticas no convencionales, en fin, estoy tan llena de rupturismo que vuelvo al cine mainstream con los brazos abiertos y la bolsa de pochoclo calentito me parece la gloria. ¿Terminator? Una joya de la coherencia ideológica. ¿El señor de los anillos? Tres horas de fantástico entumecimiento, perdón, quiero decir, entretenimiento. ¿Hugh Grant? Actorazo.

Barvaro no aparece. Espero. No aparece. Me llama.

- Estoy acá, le digo.
- Yo también!

Y sin embargo, no está en ningún lado. Quince minutos, varios pensamientos sobre el suicidio, y alguna reflexión acerca de la vacuidad de las relaciones posmodernas después y justo un minuto antes de que la ponderación sobre si debía retirarme o no antes de que me encontrara tuviera un resultado definitivo, Barvaro encontró la puerta del cine.

Persistencia. Si hay algo que tienen los músicos, es eso del ensayo y error.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

hmmmmmmm...... no puedo decir mucho desde el culo del mundo y con sobredosis etililica ..... su pppensamiento resulta muy preofundo ..........solo se q me quiero comer un nene y no es el q duerme en mi xcama ... q hago?????
Srta O

Tunnard dijo...

No sé porque querés abandonar este blog, es muy gracioso. Será que sos tonta? Ya me parecía. Deberías tener tantas historias como yo para una novela sobre las relaciones fracasadas y los boludos con quien saliste. Andá ensayándolo en el blog...

kika dijo...

buenisimo el post, doña.
no lo dejes...acabo de ponerte en mis favoritos!!
salute

p dijo...

el abasto, mi hogar.
aka little lima, coming soon as palermo arrabal.