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mayo 19, 2008

Lista siempre creciente de lugares a los que me he querido mudar y a los que F. no me quiso acompañar



Méjico (yo tampoco sé por qué, no pregunten)

Islandia (porque según parece, es el lugar más felíz del planeta)

Un kibbutz (esos días en que me siento hiperprogre)

Paris (porque yo, como todos los porteños, creo que me han vendido la versión berreta y me merezco algo mejor)

Nueva York (pero fue un día lleno de lugares comunes)

Barra do Chui, Brasil (la isla de la fantasía, sin Tatú -no, no es esa mugre que está en la frontera con Uruguay, es un pueblito de playa tan diminuto que ni googleando aparece)

San Telmo (pero hay demasiados músicos)

Escocia (después de que pasara toda una noche correteando a un niñato de 22 añitos en kilt. Puede que a esto F. haya dicho que sí, no recuerdo, el fetiche de la pollerita está muy extendido)

El campo (cualquier campo, da igual. Generalmente este deseo se expresa siguiendo a la oración estoyharrrrrtadetodoelmundoyestavidademierda, vámonosaviviralcampo, pero esto claro, era pre-retenciones, pre-piquete, pre-lockáu, pre-lousteau y pre-la mar en coche, cuando todavía al campo le quedaba cierta bucolismo pastoril).

Seguiremos.

noviembre 09, 2007

Por hoy, dejamos acá

Como esto de más abajo, lo del psiquiatra, ha levantado cierto revuelo en la tribuna psicoprogre (me gustaría decir psicobolche, pero esperaremos la rentrée) voy a tratar de explicarme. Mi única amiga cuerda, F -bah, eso de que está cuerda, veremos, yo creo que está tan loca como el resto pero está conteniéndose- decía entonces, mi cuerda amiga F me mira, ceja en alto y dice que todo hay que probar. Que estoy negada. Que soy terca (bueno, eso es cierto, pero ahí donde otros ven tozudez, yo veo principios). Yo quisiera a continuación referirles, a vos, F, y al escaso -pero selecto!- público mis experiencias en el mundo psi, para que luego no digan que no lo he intentado...


1. Marzo de 1981. Ingreso a preescolar: Ok, lo repito por si lo pasaron por alto: exámen de ingreso a preescolar. PREESCOLAR ¿estamos? Miren qué nicho inexplotado por el Instituto Junín. Aulas enteras de niños de cuatro años estresados por no fallarles a sus padres. En fin. Resulta que cumplo años cerca de la mitad del año, después que la mayor parte de mi clase. Como yo era más chiquita que el resto, para ver si estaba apta o debía esperar un año más me entrevistó -lo que sea que eso quiere decir aplicado a una niña de esa edad- una psicopedagoga (variante chonga del psicoterapeuta, invariablemente mujer) que me hizo dibujar un rombo y cortar las diferentes partes de una guarda griega siguiendo el diseño. Es un hecho por todos conocido que el saber qué forma tiene un rombo es una prueba absoluta de madurez emocional y la garantía de que uno podrá relacionarse exitosamente con los demás niños, a la sazón mayores que uno, y más experimentados, teniendo como tenía la mayoría, hermanos, una cosa que yo jamás había visto.

2. Otoño/Invierno de 1983: la primavera alfonsinista aún no debía sentirse en el aire, porque la Srta. Cristina Paredes, mi maestra de 2ºB, todavía aplicaba una pedagogía bien propia del Proceso. A saber, mandarlo a uno a la Dirección, y por sobre todo, atizar una gruesa y larga regla de acrílico sobre un escritorio endeble, que quedaba temblando como un flan por unos diez segundos aprés golpe, supongo que con el fin de estimular a los párvulos. Ahora me doy cuenta de que la regla no tenía más de 30 centímetros de largo, pero 30 centímetros, a los siete años, se ven como una cuarta parte de la propia anatomía. Yo era entonces una niña tímida y sensible (digo, para los que me conocen de ahora, nomás) y estaba aterrada de ese instrumento endemoniado (la maestra, no la regla, claro está). Entonces, nunca terminaba mi tarea a tiempo. Resultado? Sep, al psicólogo. Que su hija no es normal. Cara de Madre horrorizada. Cara de Padre resignado, ya curtido por un largo catálogo de patologías de sus retoños anteriores, pensando: otra más. Entrevista con otra susodicha, dibujame esto, mirá acá, hacé esta cuenta. Puntuación media del Test de Rorschach superada con creces; desconcierto parental y escolar. Psicóloga absolutamente inútil. Siempre fui un enigma.

3. El resto de los psicólogos (hombres) que he conocido a lo largo de mi vida fumaban en pipa. Me parece que confunden a Freud con Sherlock Holmes. Después de todo, en ambas narrativas hay siempre un culpable. Lo extraño es que Conan Doyle no tenía una madre judía.

4. Otoño de 1992: Antaño creíase que los niños se sentían culpables del divorcio de sus padres. No sé de dónde provenga semejante burrada, pero yo sabía bien qué clase de entuertos se cocían en mi casa, y no eran mi culpa. Mi madre, sin embargo, parecía adscribir a la teoría de marras -un poco eso y un poco que la que ameritaba cantidades industriales de prozac era ella pero no estaba dispuesta a admitirlo- y por transitividad me depositó con puntería en lo de esta chica, que no fumaba en pipa pero leía a Joyce, cosa que la hizo un poco más simpática a mis ojos. Igual, que me cayera simpática no quiere decir que tuviera ningún derecho a inmiscuirse en mi vida. Yo la miraba, ella me miraba, nos sosteníamos fijamente la mirada durante los 45 minutos que duraba la sesión. El truco estaba en ver quién se cansaba antes. Me cansé yo. Me harté, planté bandera y le dije a mi madre que ya no más. Madre sigue creyendo que tengo serios problemas. Y que los psicólogos funcionan con los demás, no con ella.

5. Diciembre de 2001, días antes del Cacerolazo. Fiesta encantadora, mucha brillantina, espirituosas, adrenalina. Gente navegando en olas de felicidad. Comienzo del período más tarde conocido como Las Dos Semanas de Fiestas (durante las que el derrocamiento presidencial fue casi un evento más). Algo así como nuestro Período Azul. Lomito al Champignon -así le decíamos de lo bueno que estaba-, flamante Licenciado en la dudosa disciplina me arrincona a una situación más bien poco decorosa, de la que salgo estúpidamente mal parada. Lamentaré durante largos años este momento. Diantres. Si hasta ahora todas mis experiencias con psicólogos habían sido estrictamente inútiles, este psicólogo en particular sólo empeora las cosas: no sólo no me resuelve ningún trauma, sino que me crea nuevos.

En fin, F, me voy a por un terapéutico tintillo. Salud!