abril 16, 2008

Sepan

que estoy en cuenta regresiva a mi cumpleaños, y que me voy poniendo progresivamente más y más idiosincrática, lo que acá en mi barrio llamamos "un humor de mierrrrrda", así que si deciden, si osan, si les es absolutamente necesario tan siquiera graznar en mi presencia, háganlo a su propia cuenta y riesgo.

Quedan avisados.

(Y agradezcan que el PMS ya pasó).

abril 15, 2008

La familia argentina

Oh, life is a glorious cycle of song,
A medley of extemporanea;
And love is a thing that can never go wrong;
And I am Marie of Roumania.
Dorothy Parker

Los sábados, a veces, no voy a francés porque no hice la tarea y falto -como cuando estaba en el colegio-; entonces voy al supermercado.


Los sábados, en la fila de la caja, veo indefectiblemente una o dos mujeres solas. Mujeres que compran solas y que, es evidente, viven solas: llevan en la canasta porciones para uno, shampúes caros, frutas exóticas, y -siempre- chocolate. Yo también he leído aquéllo del consabido trade-off entre sexo y chocolate, pero creo que en el fondo hay otra cosa: una mujer que sabe que no puede dar por descontada la presencia de un hombre, entrega sus penas a una barra de Toblerone. Que es mucho más confiable. Y tiene menos ángulos.


En realidad, las veo en todas partes. En los bares, en los restaurantes, en los subtes, en la fila del banco, en los blogs, en la oficina, en los talleres de confección de souvenirs para fiestas de quince en origami y papel maché. No veo en cambio tantos hombres solos. Ciertamente no los veo en la fila de la caja del supermercado los sábados al mediodía. El sociólogo de dos con cincuenta que soy cuando no estoy pensando en barras de Toblerone y shampúes caros me dice que lo que pasa es que la situación de los sexos se ha revertido. Los muchachos tienen quién les haga las compras.


Es que si antes éramos las niñas las que pasábamos del confortable y seguro hogar paterno al domicilio conyugal, ahora son ellos los que necesitan que alguien los tironee y saque de casa. No son pocos los casos que conozco de muchachos de 30 ó más, que ya no están en la flor de la juventud, sino que ya más bien van entrando en la categoría de flor de boludos, y aún viven con mamá y papá.


"Estoy cómodo", es lo que más se escucha.


"¿Para qué? Con lo caro que es vivir solo".


Claro, con madres que cocinan, planchan y apañan, una economía no muy alentadora y un ejército de mujeres que están dispuestas a soportar una cantidad considerable de infantilismo -porque vamos, a estas alturas, todos lo sabemos: hay más mujeres que hombres (para comprobar esto el Indec todavía sirve) y si no, por qué tantos blogs de minas solas (este, este y este, sólo por nombrar un par), el éxito apabullante de la treintañera que busca novio, que hasta hizo que el Gran Diario Argentino hiciera su propia versión, por qué tanto sexandthecityismo (la glamourización de la solterona de antaño) - digo, si no hay incentivos o acicates ¿qué necesidad de salir a enfrentar el mundo?


Los muchachos no terminan de romper el cascarón hasta los 40. Muchos pasan de la órbita de la mamá-mamá que plancha, cocina y apaña a la órbita de la novia-mamá que plancha, cocina y apaña, y casi que ni notan la diferencia. Ah sí, con la novia tienen sexo. Creo que con la madre no. Creo.


Generalmente estas chicas, las novias, dechado de paciencia, epítome de la tontez, son lo que mundialmente se conoce como una Susanita. Ella "lo quiere porque es bueno", "está con él porque la trata bien", porque él es un chico "de su casa/de buena familia/bien/re-compañero/ cariñoso/porque mi novio anterior era peor" y otros argumentos blandengues de ese estilo. Nada de "porque me vuelve loca", "el fuego de la pasión me consume", "los zapatitos me aprietan, las medias me dan calor, etc, etc, etc" ni ninguna de esas cursilerías aplicables a los verdaderos amantes. Porque es así, hay que decirlo: el amor es cursi. Se impone. O uno es Lope de Vega, o se es cursi. Hay que izar bien en alto la cursilería y decir, sí, yo estoy enamorado, yo he visto Titanic y he llorado. Esto, Almodovar lo supo mucho antes que el resto.

Del otro lado, el mancebo empollante no está mucho más enamorado de Susanita de lo que ella lo está de él. El boludón se la pasa mirando culos por internet y su ambición máxima es conseguir que un símil gato de Tinelli le de pelota. Va por la vida tratando de enganchar algo mejor (lo que técnicamente se conoce como "coger above your station") pero es demasiado huevón para lograrlo.

Así Susanita y el huevón están destinados a permanecer juntos en una vida en común de sentimientos tibios, mediocridad conformante pero aburrida, una displicente medianía, hasta que dos hijos, alguna crisis y varios cuernos después, el divorcio los separe.


Todo eso pensaba yo al mirar a la chica con el ananá en la caja de enfrente. ¿Será de las que no se resignan?


En fin, disculpen, me toca pagar. Los dejo.

abril 09, 2008

Samedi

Los sábados tengo clase de francés. Por lo general, luego almuerzo y me voy a mirar vidrieras por Santa Fé. No aprendo mucho del idioma, pero mi guardarropas ha mejorado sensiblemente.


Este sábado, sin embargo, el día estaba tan lindo, el sol brillaba en lo alto, en medio de un cielo azul tan azul, y el saldo de mis tarjetas de crédito era de un rojo tan rojo, que en lugar de las vidrieras decidí simplemente ir a caminar.


Caminé hasta Recoleta. Hacía bastante que no iba a Plaza Francia. Un consejo: no vayan. Ya no es lo que era. Recuerdo cuando yo era una inocente jovenzuela salticando por los prados frente a los mausoleos -ah, qué imagen-, y en la plaza había espectáculos -bueno, es una manera de llamarlos- al aire libre, la gente se sentaba por ahí a tomar mate y charlar, los rolingas-semi-hippies se sentaban con sus camisas de bambula y su flequillo recién podado con la guitarra a cantar Yrajuñalaspiedraaas yrajjjuñalaspiedraaaas yrajjjuñalaaaspieeeeeedraaaaassstaaamiii. Nunca un sitio más adecuado.

Pensándolo bien, era un espanto. Pero un espanto más pintoresco que el de hoy en día, donde a cada paso hay alguien tratando de venderle algo a un turista, con el resultado de que la plaza ya no es más una plaza, sino una versión un poco más internacional de la feria de Retiro. Por un momento pensé que iba a empezar a sonar un coro de alarmas de despertadores de $5; y que desde detrás de una montaña de pitutos alguien gritaba "vea todos los partidos codificados!" . Sí amigos, lo que hay que exportar no es soja, son artesanos. Si un turista es capaz pagar un cenicero pintado de colores chillones a precio euro, bien puede llevarse al cristiano que lo hace por una módica suma más. El alemán/canadiense/escandinavo tendrá un ornamento más que exótico para el living y el artesano cumplirá el sueño de todo argentino tilingo que es vivir en el primer mundo. Voilà. Negocio redondo.

En fin. Seguí camino, y oh sorpresa. La verdadera Plaza Francia no es lo que todos llamamos Plaza Francia. Es otra. El retazo ese de pasto frente al cementerio donde se amontonan los puestitos, ahí donde del otro lado se abre Quintana, bueno, eso no es. No sé cómo se llama. O se llama igual que la plaza Francia que, recién descubro, está del otro lado de Libertador, por extensión, o no tiene nombre. Miré en el mapa de unos simpáticos turistas colombianos, pero nada. ¿Alguien sabe? Estos son tiempos donde caen certezas. Qué tremendo.


La verdadera Plaza Francia está prácticamente desierta. Se llama Francia porque hay un monumento de la comunidad francesa a la nación argentina, cuya inscripción, claro, está en francés. Creo que entiendo lo que dice. Quiero gritar J'ai compri! J'ai compri!, pero sólo hay un par de vagabundos durmiendo. Siento que estoy en uno de esos momentos donde de pronto hay algo que rima con algo, así que me siento debajo del arbol conmemorativo del bicentenario de la Revolución Francesa a estudiar francés, para ver si por inspiración botánica, algo se me pega.


El arbol, un fracaso, che. El vagabundo que llevo dentro me gana y me tumbo al sol en el banco. Tratando de no dejarme vencer por la modorra de después de comer, que cuando uno está al sol hace el mismo efecto que el alcohol, pruébenlo y después me cuentan, decía, en mi duermevela me esfuerzo por leer la falsa noticia sobre Carla Bruni y Sarkozy. Vamos a decirlo de una vez. Este es un blog temerario y no se amedrenta ante el G8 (o ahora eran 7?). Whatever. Quiero decir, quelque-chose. Carla Bruni es fea. Es fe-a. Personalmente, yo, cuando sea grande, quiero ser Coralie Clement.



El artículo también dice que como Monsieur Sarko descartó de plano la idea de usar tacones para las fotos -bueno, eso es un agregado mío- se sometería a un tratamiento para crecer 12 centímetros. Doce centímetros, pienso, y un poco aletargada por el sol, y aunque sé que el artículo es una chanza, tengo una revelación: momento... él se casó con una mujer 12cm más alta?

Esas cosas de verdad pasan en Francia?

Me voy con el primer turista galo que quiera llevarme junto con un cenicero fucsia.

En fin. Sigo caminando, Libertador arriba, recorriendo plazas sin nombre y más monumentos. Agotada por la caminata entro en el Malba, agarro un programa del BAFICI y me siento a leerlo en la cafetería. Hay algo sospechoso en el bar del blanco prístino: es un espejo del del MoMA de Nueva York. Miren. Y lo sospechoso del caso es que el MoMA se remodeló después de que se inaugurara el Malba, si yo no entendí mal. No digo que no podamos exportar sillas blancas, pero ¿a que no es raro? Será que Palermo llega hasta allá. Bueno, decía, el bar donde antaño servían apetitosos y ciertamente más accesibles sandwiches, ahora ha sido rebautizado Café des Arts y ha cambiado sus artísticos menúes en papel desplegable por tradicionales trípticos de cartón forrado con los sandwiches listados... en francés. Dios mío. Quiero decir, Mon Dieu. Qué cruz.

Enfrente mio hay dos chicas, turistas, claro, que son las únicas dispuestas a pagar, no sólo el cenicero sino el sandwich a precio dólar; las miro y trato de deducir en qué idioma hablan. Predeciblemente, y sólo para no escapar al tema de este post, están hablando en francés. Ellas también, como el menú, el monumento, el árbol, merde, todo el mundo me habla en francés. Salvo mi teléfono celular que últimamente me trata de tu, gracias a la megafusión de CTI. Las chicas estas no se parecen en nada a las petites filles avec des cheveux blondes de mi libro de texto, por eso no les entiendo. Más bien parecen salidas de un mural de Diego Rivera. Las chicas se van y entra un regordete saludando a gauche y a droite, y ya harta, me digo, no sé para qué fui a la clase. Con un par de cafés acá y una charla con Obelix, que parece tan simpático, estaba.

Sigo leyendo. Ahora sí. Llega une femme igual a las de mi libro. Gran bolso Vuitton, peinado a la garçon, atuendo informal pero chic. Impecable. Pide un jugo de naranja. En un igualmente impecable acento porteño. Francia ya no es lo que era, me digo, y tomo otro sorbo de café. Para qué mudarme, si al fin y al cabo, Buenos Aires est si belle.