A medley of extemporanea;
And love is a thing that can never go wrong;
And I am Marie of Roumania.
Dorothy Parker
Los sábados, a veces, no voy a francés porque no hice la tarea y falto -como cuando estaba en el colegio-; entonces voy al supermercado.
Los sábados, en la fila de la caja, veo indefectiblemente una o dos mujeres solas. Mujeres que compran solas y que, es evidente, viven solas: llevan en la canasta porciones para uno, shampúes caros, frutas exóticas, y -siempre- chocolate. Yo también he leído aquéllo del consabido trade-off entre sexo y chocolate, pero creo que en el fondo hay otra cosa: una mujer que sabe que no puede dar por descontada la presencia de un hombre, entrega sus penas a una barra de Toblerone. Que es mucho más confiable. Y tiene menos ángulos.
En realidad, las veo en todas partes. En los bares, en los restaurantes, en los subtes, en la fila del banco, en los blogs, en la oficina, en los talleres de confección de souvenirs para fiestas de quince en origami y papel maché. No veo en cambio tantos hombres solos. Ciertamente no los veo en la fila de la caja del supermercado los sábados al mediodía. El sociólogo de dos con cincuenta que soy cuando no estoy pensando en barras de Toblerone y shampúes caros me dice que lo que pasa es que la situación de los sexos se ha revertido. Los muchachos tienen quién les haga las compras.
Es que si antes éramos las niñas las que pasábamos del confortable y seguro hogar paterno al domicilio conyugal, ahora son ellos los que necesitan que alguien los tironee y saque de casa. No son pocos los casos que conozco de muchachos de 30 ó más, que ya no están en la flor de la juventud, sino que ya más bien van entrando en la categoría de flor de boludos, y aún viven con mamá y papá.
"Estoy cómodo", es lo que más se escucha.
"¿Para qué? Con lo caro que es vivir solo".
Claro, con madres que cocinan, planchan y apañan, una economía no muy alentadora y un ejército de mujeres que están dispuestas a soportar una cantidad considerable de infantilismo -porque vamos, a estas alturas, todos lo sabemos: hay más mujeres que hombres (para comprobar esto el Indec todavía sirve) y si no, por qué tantos blogs de minas solas (este, este y este, sólo por nombrar un par), el éxito apabullante de la treintañera que busca novio, que hasta hizo que el Gran Diario Argentino hiciera su propia versión, por qué tanto sexandthecityismo (la glamourización de la solterona de antaño) - digo, si no hay incentivos o acicates ¿qué necesidad de salir a enfrentar el mundo?
Los muchachos no terminan de romper el cascarón hasta los 40. Muchos pasan de la órbita de la mamá-mamá que plancha, cocina y apaña a la órbita de la novia-mamá que plancha, cocina y apaña, y casi que ni notan la diferencia. Ah sí, con la novia tienen sexo. Creo que con la madre no. Creo.
Generalmente estas chicas, las novias, dechado de paciencia, epítome de la tontez, son lo que mundialmente se conoce como una Susanita. Ella "lo quiere porque es bueno", "está con él porque la trata bien", porque él es un chico "de su casa/de buena familia/bien/re-compañero/ cariñoso/porque mi novio anterior era peor" y otros argumentos blandengues de ese estilo. Nada de "porque me vuelve loca", "el fuego de la pasión me consume", "los zapatitos me aprietan, las medias me dan calor, etc, etc, etc" ni ninguna de esas cursilerías aplicables a los verdaderos amantes. Porque es así, hay que decirlo: el amor es cursi. Se impone. O uno es Lope de Vega, o se es cursi. Hay que izar bien en alto la cursilería y decir, sí, yo estoy enamorado, yo he visto Titanic y he llorado. Esto, Almodovar lo supo mucho antes que el resto.
Del otro lado, el mancebo empollante no está mucho más enamorado de Susanita de lo que ella lo está de él. El boludón se la pasa mirando culos por internet y su ambición máxima es conseguir que un símil gato de Tinelli le de pelota. Va por la vida tratando de enganchar algo mejor (lo que técnicamente se conoce como "coger above your station") pero es demasiado huevón para lograrlo.
Así Susanita y el huevón están destinados a permanecer juntos en una vida en común de sentimientos tibios, mediocridad conformante pero aburrida, una displicente medianía, hasta que dos hijos, alguna crisis y varios cuernos después, el divorcio los separe.
Así Susanita y el huevón están destinados a permanecer juntos en una vida en común de sentimientos tibios, mediocridad conformante pero aburrida, una displicente medianía, hasta que dos hijos, alguna crisis y varios cuernos después, el divorcio los separe.
Todo eso pensaba yo al mirar a la chica con el ananá en la caja de enfrente. ¿Será de las que no se resignan?
En fin, disculpen, me toca pagar. Los dejo.